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Testimonios pacientes con COVID-19

Foto del escritor: RESALTADOR DIGITALRESALTADOR DIGITAL

Por: Ydransy Fernández, René novillo y Franklin Cuji


A continuación se relatarán las historias de los pacientes que vivieron en carne propia esta terrible enfermedad.


Testimonios Pacientes

Me llamo “Monserrat” y tengo 32 años. Inicié con síntomas el 23 de marzo, noté que no tenía olfato, pero no me preocupaba. Cuando llegué a 40 grados de fiebre el 31 de marzo y tenía tos, ahí empezó mi preocupación. Pensaba que era imposible haber estado contagiada pues, usaba guantes en mi trabajo de atención al público en donde creo que pude contraer el virus. Mi esposo me llevó al hospital de IESS en donde comprobaron el nivel altísimo de fiebre. Ahí me ingresaron y, aunque no tenían los insumos necesarios, el personal hizo todo lo posible para atenderme inmediatamente.


El doctor que me atendió me dijo que tenía todos los síntomas y solo necesitaba una tomografía para confirmar la presencia del virus. Estaba sumamente asustada, solo veía a personas respirando con oxígeno artificial a mi alrededor y sugestionada por las noticias que ya había visto, temía por el daño de esta enfermedad. Solo me bastó con ver la reacción del médico al ver el examen. Sus palabras después de un momento fueron: “Señora lo siento mucho usted tiene el virus, tiene que quedarse”.


Fui trasladada a una sala aislada. Llamé a mis familiares, pues perdí desde ese momento contacto físico con ellos. Por supuesto ellos trataron de animarme, y me decían solo que todo eso ya iba a pasar. Hasta que, tuve que dejar la llamada y esperar a lo que pasara.


Tenía demasiada sed, sentía ahogamiento y lo único que quería era que alguien entrara a ayudarme, nada más. Ya después me pusieron la bata, controlaron mi fiebre y me pusieron oxígeno. Los tres primeros días fueron los más difíciles. Pero puedo asegurar que el segundo día fue el más difícil de todos.


Al parecer los trajes de protección para el personal estaban muy limitados en el hospital, por lo que entraban a verme a las 5 de la mañana, luego a las 8 de la mañana y por último a las 5 de la tarde. Sin embargo, haciendo uso de mi teléfono, las enfermeras y médicos me consultaban todo por WhatsApp. Me preguntaban si estaba bien, si necesitaba algo y de igual manera, yo cuando tenía inconvenientes o veía alguna irregularidad, les enviaba mensajes de ayuda a través de videos o audios. Eso me hizo sentir menos abandonada.


Había momentos donde la enfermedad me derrumbada. No comía y tenía problemas con la coagulación de la sangre por lo cual me inyectaban muy seguido. Por eso un día una enfermera me encontró llorando en mi cama y me preguntó si me sentía mal, a lo cual respondí que ya no podía con los dolores. A pesar de esto ella tomó mi mano y aunque no era parte de su trabajo, me miró y me dijo: “no se derrumbe”.


Pasado los días, no tenía ánimos de levantarme. Mi cuerpo no daba para más. Fue ahí cuando llegó “Elva”, una paciente muy mayor que no podía hacer mucho por su propia cuenta y me pidió ayuda porque no podía conectar el respirador.


Si hay algo que me animó a seguir con fuerzas, fue haberme levantado, quitado el oxígeno y ayudarla. Pensé que debía estar bien para poder ayudarla. Con el tiempo nos hicimos amigas y gracias a mi celular ella podía llamar a sus hijos y sus nietos, haciendo más ameno ese ambiente de dolor que vivíamos.


Primero pensé que no iba a salir de ahí. Sentía que moría. Mi desesperación era principalmente por haberme separado de mis dos hijas. Realmente la idea de volver a verlas, era lo que más me motivaba a luchar y seguir con fuerzas pues, no podía dejarlas solas. Y bueno, a través de tratamientos, medicinas y ejercicios para los pulmones, poco a poco me fui recuperando.


Cuando ya después me dijeron que me iban a dar de alta, pero para seguir en aislamiento, sentí esa esperanza de vuelta en mí. Me preguntaron si tenía vehículo o me iban a llevar en una ambulancia.

Pero mi esposo vino a verme. Tan solo con verlo lloré para luego llorar juntos. Aunque no podía acercarme mucho a él, a pesar de que también se infectó del virus y no le afectó tanto, fue lo mejor de esos días para mí.


Pero no había terminado, pues tuvimos que pasar 15 días de aislamiento con mi esposo para evitar contagiar a mis hijas, que por fortuna no se contagiaron. Todos estos días fueron una desesperación para mí, porque a pesar de haber vencido al virus en el hospital aún lo sentía dentro de mí.

Hasta hoy que, por fin pudieron darme la noticia de haber salido negativo en la prueba hecha por el Ministerio de Salud. Y no dudé en arrodillarme y agradecer a Dios.

Por fin volvía a la normalidad. Aunque volví con mi familia y a mi vida anterior, todo ya fue diferente. Esta experiencia cambió algo en mí. Haciéndome pensar que no tenemos la vida comprada y que muchas veces nos limitamos a decir “mañana será otro día”, cuando realmente no lo sabemos.


A las personas que me cuidaron en el hospital, no solo a médicos, también enfermeros y personal de limpieza que fueron los protagonistas de esta historia, para mí son personas invaluables. Solo les puedo decir, gracias. Sobre todo, a la enfermera que estuvo más cerca de mí. Pues cuando lloramos juntas me di cuenta que ellos también tienen familia, también sienten miedo de contagiarse. Pero ahí están, haciendo lo imposible para poder dar todo de sí mismos.


Y para las personas que están viviendo esto, les puedo decir: A pesar de todo el dolor que están sintiendo, porque es bastante, les pido que no pierdan la esperanza ni la fe. En algún momento llegará el día que nos podamos volver a ver con nuestra familia, en donde todo volverá a ser igual, aunque no siendo los mismos que éramos antes de esta enfermedad. Pues esta es una lección para ver todo de una manera diferente y es necesario moldearnos, viendo siempre hacia adelante.


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