El sol radiante de junio se elevaba en el cielo sobre la hermosa ciudad de Cuenca. Las calles adoquinadas se llenaban de emoción y fervor religioso. El día amaneció con una vibrante algarabía, las personas se preparaban para ser testigos de una experiencia cultural y espiritual única.
El sonido de las campanas resonó en el aire mientras los fieles se congregaban en la majestuosa Catedral de la Inmaculada Concepción. Con solemnidad y devoción los asistentes aguardaron el momento en que la procesión saldría para recorrer las principales calles del centro histórico. El cortejo procesional, encabezado por el sacerdote que portaba el Santísimo Sacramento, avanzó entre un mar de espectadores que se habían congregado para presenciar el evento. Los devotos entonaban cánticos religiosos que resonaban en los corazones de todos los presentes, llenando la ciudad con una espiritualidad tangible.
La calle Sucre, una de las principales arterias de la ciudad, se convirtió en un espectáculo de color y creatividad. Era imposible no sentirse conmovido por el esfuerzo y la dedicación que mantienen viva esta tradición septenaria.
La procesión llegó finalmente a la Catedral, donde tuvo lugar la ceremonia religiosa central. El sacerdote oficiaba la misa, invocando bendiciones sobre la congregación y los fieles.
De repente, un estruendo atronador rasgó el aire, rompiendo la solemnidad del momento. Las luces de colores comenzaron a iluminar el cielo nocturno, dibujando estelas de fuego y estallidos deslumbrantes. La pirotecnia había llegado. Los cohetes se lanzaban al cielo, estallando en mil destellos y cascadas luminosas. El público, maravillado, seguía con la mirada en cada explosión, dejándose llevar por la fascinación de la luz y el sonido.
Pero más allá de la espectacularidad de los fuegos artificiales, la pirotecnia en el Corpus Christi cuencano encierra un profundo simbolismo ya que representa la luz divina, la gloria de Dios que ilumina las almas de los creyentes. Es una forma de elevar los sentidos, de trascender lo terrenal y conectar con lo celestial.
En medio del Corpus Christi, los dulces tradicionales se alzaron como auténticos protagonistas, conquistando los corazones y los paladares de las personas. Esta festividad religiosa, en la que se fusiona lo sagrado con lo culinario, se convirtió en un festín para los sentidos.
El aroma a dulces inundaba el aire, creando una atmósfera mística y envolvente. En cada esquina del centro histórico, se desplegaron mesas repletas de dulces elaborados con maestría y dedicación. Los ojos se perdían entre la variedad de delicias que allí exhibían.
Los dulces no solo eran una delicia para el paladar sino también para el alma. Cada bocado transmitía el amor y la dedicación con los que habían sido preparados, y cada encuentro alrededor de estas delicias compartía el espíritu de alegría y gratitud que caracteriza esta festividad.
En esta celebración, no solo se presencian las majestuosas procesiones, sino también se deleitan los dulces que forman parte inseparable de esta festividad. A través de estos manjares, se puede saborear la historia y la tradición que residen en cada rincón de esta ciudad encantadora, haciéndose partícipes de un verdadero festín para el cuerpo y el espíritu.
Y así concluyó otra edición del Corpus Christi. Una celebración llena de fe, arte, música y alegría, mostrando la destreza y devoción de los cuencanos dejando una huella imborrable en el corazón de aquellos que tienen la fortuna de presenciarla.
Autor: Angelica Mas y Rubi
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